I
Su apellido era Smith, como buen americano. Su pelo rubio y sus ojos azules resaltaban en el verde botella del uniforme militar. Su casco a duras penas se mantenía en su sitio. Todo se movía con el vaivén de las olas movidas por el caprichoso Poseidón. Miró a su alrededor, risas histéricas de quien se sabe próximo a la muerte colmaban el ambiente, vomitonas y escupitajos rellenaban lo que quedaba vacío de él. El clima matinal era gélido, el vaho escapaba de sus bocas en un vano intento de sobrevivir a la muerte de sus amos.
Se dirigían a una playa olvidada de la mano de Dios, Omaha era su nombre. Hace un par de meses ni siquiera sabía donde estaba Francia, ahora sería su tumba. Las piezas de artillería escupían fuego sin compasión. Una de ellas hizo diana cerca de su barca. Vio como se hacía pedazos como una simple caja de cartón. Los restos golpearon su barcaza como la metralla de una granada.
Entonces llegó lo que sería su última carrera por la playa. Un pitido del silbato del capitán. La puerta de la embarcación, golpeada con furia por las balas de las MG-42, se echó a tierra como la suerte de sus ocupantes.