VII

 

Paró su Ferrari en la puerta del hotel, el aparca-coches corrió hacia él. Era una chaval, debía rondar los 22 años. -Como le hagas una raya te enteras.- Se sacudió la chaqueta, debía estar arrebatador. Ganaría mucho dinero aquella noche, no es que le hiciera falta, pero siempre estaba bien tener un par de empresas bajo su control. El portero le abrió la puerta con una leve inclinación. No dio las gracias, ¿Para qué?. Entró en hall central. De ahí le llevaron al lobby en el que se celebraba la reunión. Ahí estaban todos, los mejores entre lo mejor, empresarios, deportistas de élite, cirujanos, actrices, modelos, directores, la creme de la creme en definitiva.

 

Su entrada atrajo la atención de los presentes. Le aplaudieron, él era la estrella del evento, tan rico que nadie podía calcular su fortuna, aunque se estimaba en cerca de 1 billón con b de euros. Durante toda la noche estuvo repartiendo saludos, no regalaba nada, sólo a los importantes, a los que le interesaban. ¿A quién le importaba una actriz de tres al cuarto por muchas tetas que tuviera? Se había acostado con cientos de mujeres así, había llegado a despreciarlas por buscar el dinero tan descaradamente. Lo único que querían era su dinero, y su dinero era eso precisamente, suyo y de nadie más. Si no le había dado nada a su familia ¿porque había de dárselo a una desconocida de pechos enormes?.

 

Cerró varios tratos con importantes empresas. Todos estaban interesados en complacerle. Estaba a punto de acabar la velada cuando recibió una llamada en su móvil de última generación.

 

-¿Señor Johnson?- Le preguntó una voz femenina. Alguna otra fan se dijo.

 

-Si, soy yo preciosa, ¿que quieres de mi?- Contestó con una media sonrisa dibujada en su rostro esculpido a golpe de bisturí y solarium.

 

-Se equivoca señor, le llamo del geriátrico. Me temo que su madre ha sufrido una complicación. Siento decirle señor que su madre ha fallecido. Lo siento.-

 

Inmediatamente colgó y se vio así mismo de niño. Era un día de verano, en su pequeña casita de barrio residencial. Corría con su hermano delante de su perro Bobby, reían y chillaban tanto como podían. Su madre les observaba apoyada en el marco de la puerta. Les llamaba a comer, había espaguetis con muchísimo tomate, como a él le gustaba. Y de postre la tarta de chocolate de mama. ¿Qué había sido de aquel niño?.

 

Se sintió el hombre más desgraciado del planeta. Nada podía animarle, sólo podía hacer una cosa. Al día siguiente los periódicos de medio mundo mostraban en portada la foto del hombre más rico del mundo muerto en la puerta del hotel más prestigioso de la ciudad, se había tirado desde el último piso. Junto a la foto se repetía el mismo titular.

 

El dinero no da la felicidad.